En su
estado actual, el corpus catuliano consta de unas 116 poesías, 102 encabezadas
por una dedicatoria a Cornelio Nepote que sin duda debió pertenecer a una
compilación anterior, aparentemente distribuidas en tres grupos. El primero,
hasta la composición 60 inclusive, comprende poemas líricos cortos, en metros
varios, de asuntos sacados de los más diversos acontecimientos de la vida:
poesías amorosas, otras dirigidas a amigos o enemigos, improvisaciones
ingeniosas, anécdotas, sátiras, y un breve himno a Diana.
Las
composiciones del tercer grupo, de carácter análogo a éste, se distinguen por
su común forma métrica: el dístico elegíaco; comprenden desde el poema 69 hasta
el final. Por último, las de la parte central, o sea, las composiciones 61 a
68, se caracterizan por su mayor extensión, así como por la importancia de su
asunto: los números 61 y 62 son epitalamios o himnos nupciales: el primero, en
metros líricos-, estrofas de tres glicónicos y un ferecracio-, está escrito con
ocasión de las bodas de Manlio Torcuato, y el segundo, en hexámetros, parece
ser solo un ejercicio literario; el número 63 es un poema narrativo, en
galiambos, que relata una versión de la leyenda frigia de Atis; el 64 es un
extenso epilío en hexámetros, llamado habitualmente Epitalamio de Tetis y Peleo
por el asunto que le sirve de pretexto y que da pie a extensas digresiones
narrativas, descriptivas y líricas; el 65, en dísticos elegíacos, es una
especie de epístola dedicatoria, a Hortensio Órtalo; el 66 es una traducción,
en aquel mismo metro, de un epilío de Calímaco, La cabellera de Berenice; el 67
es un largo epigrama dialogado, también en dísticos elegíacos, en el que Catulo
hace referir a la puerta de cierta casa de Verona una curiosa sarta de indiscrecciones
sobre sus dueños; y el 68 es una extensa elegía de carácter subjetivo, en forma
de epístola, dirigida a un amigo de Catulo, llamado unas veces Manlio y otras
Alio, en la que el poeta, aparentemente respondiendo a las solicitudes de
aquél, a las que al principio dice no poder acceder por razón de la pena que le
agobia con ocasión de la reciente muerte de su hermano, habla de sus amores con
Lesbia, en cuyo inicio Malio desempeñó un papel fundamental, e intercala una
larga digresión, a la manera alejandrina, acerca de los de Laodamía y
Protesilao, el primer caído al poner pie en tierra troyana, lo cual le brinda
pretexto para una segunda digresión relativa a la muerte de su propio hermano
en aquel mismo país.
Vivamos, Lesbia mía, y amemos:
los rumores severos de los viejos
que no valgan ni un duro todos juntos.
Se pone y sale el sol, mas a nosotros,
apenas se nos pone la luz breve,
sola noche sin fin dormir nos toca.
Pero dame mil besos, luego ciento,
después mil otra vez, de nuevo ciento,
luego otros mil aún, y luego ciento…
Después, cuando sumemos muchos miles,
confundamos la cuenta hasta perderla,
que hechizarnos no pueda el envidioso
al saber el total de nuestros besos.
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Deja
tu delirio
Desdichado Catulo, pon fin a tu delirio y lo que ves por perdido tenlo por tal. En otros tiempos brillaron para ti, claros días cuando acudías a la llamada de una muchacha que tu amabas como ninguna lo será jamás. Entonces no había más que alegres jugueteos: cuando tu querías también, lo que quería tu amada; ciertamente lucieron para ti claros días. Hoy no quiere ella; tampoco tú, débil corazón; no persigas a la que huye, vive feliz, adelante, con tu espíritu firme, resiste.
-Adiós, muchacha; Catulo ya sabe resistir; no volverá a buscarte, no suplicará frente a tu repulsa; pero llorarás cuando nadie te suplique. ¡Ay de ti, alocada! ¿Qué vida te espera? ¿Quién se te acercará? ¿Quién te encontrará bonita? ¿A quién acudirás ahora? ¿De quién te dirás poseída? ¿A quién besarás? ¿A quién morderás los labios?
Pero tu, Catulo, firme; resiste.
Desdichado Catulo, pon fin a tu delirio y lo que ves por perdido tenlo por tal. En otros tiempos brillaron para ti, claros días cuando acudías a la llamada de una muchacha que tu amabas como ninguna lo será jamás. Entonces no había más que alegres jugueteos: cuando tu querías también, lo que quería tu amada; ciertamente lucieron para ti claros días. Hoy no quiere ella; tampoco tú, débil corazón; no persigas a la que huye, vive feliz, adelante, con tu espíritu firme, resiste.
-Adiós, muchacha; Catulo ya sabe resistir; no volverá a buscarte, no suplicará frente a tu repulsa; pero llorarás cuando nadie te suplique. ¡Ay de ti, alocada! ¿Qué vida te espera? ¿Quién se te acercará? ¿Quién te encontrará bonita? ¿A quién acudirás ahora? ¿De quién te dirás poseída? ¿A quién besarás? ¿A quién morderás los labios?
Pero tu, Catulo, firme; resiste.
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