sábado, 10 de diciembre de 2011

OBRA DE ANACREONTE


La celebridad que adquirió en la antigua Grecia débase no sólo a su mérito intrínseco, sino también a haber dado a sus poesías un tinte voluptuoso que embriagaba de placer a sus compatriotas. No había nacido Anacreonte, ingenio esencialmente templado, para cantar los grandes asuntos, y así lo declara en una de sus más bellas composiciones, a la Lira: así, no los trató nunca.
Su poesía es la del hombre que mira la vida bajo un prisma sonriente, que solo halla en su camino risas y placeres, que describe con delicados colores cuanto puede halagar los sentidos, que, en fin, vive entregado por entero a los amores y a los deleites de la mesa. Sus versos destruyen la sana moral, porque presentan el vicio con atractivas galas y elogian los objetos más contrarios a la virtud.
Canta al bello sexo, y afirma que cuanto más próximo se halle el día de la muerte, tanto más anhelo debemos sentir por la satisfacción de nuestros placeres, porque con el sepulcro todo acaba. Un escritor moderno dice que este vate escribía con pluma de oro empapada en esencia de rosas, y que sus imágenes suaves como el rocío, sus poesías delicadas, sus descripciones sencillas y naturales, sus conceptos variados, y la armonía de sus amorosas y festivas canciones a la vez que imprimen novedad a los objetos más vulgares, colocan a su autor en lugar preferente entre los poetas clásicos, no habiendo entre los griegos cultivadores del erotismo otro que aventaje en este género a nuestro biografiado.
En efecto, aun siendo pocos los cantos que a nosotros han llegado íntegros, bastan, con los fragmentos de los demás, para justificar el entusiasmo de sus contemporáneos y de todos los escritores antiguos por el poeta de Teos. Es difícil descubrir, en la colección que lleva su nombre, lo que es realmente suyo y lo que pertenece a sus imitadores. Desde luego algunos hay que rechazarlos por su afectación, y otros por sus tendencias epigramáticas, caracteres ambos de una época posterior. La poesía de Anacreonte es sencilla, ingenua, correcta, enérgica y vigorosa en ocasiones, graciosa y risueña, tiernamente patética, pero nunca afectada.
I

¿A qué me instruyes en las reglas de la retórica?
Al fin y al cabo, ¿a qué tantos discursos
que en nada me aprovechan?
Será mejor que enseñes a saborear
el néctar de Dionisios
y a hacer que la más bella de las diosas
aun me haga digno de sus encantos.
La nieve ha hecho en mi cabeza su corona;
muchacho, dame agua y vino que el alma me adormezcan
pues el tiempo que me queda por vivir
es breve, demasiado breve.
Pronto me habrás de enterrar
y los muertos no beben, no aman, no desean.

II
De la dulce vida, me queda poca cosa;
esto me hace llorar a menudo porque temo al Tártaro;
bajar hasta los abismos del Hades,
es sobrecogedor y doloroso,
aparte de que indefectiblemente
ya no vuelve a subir quien allí desciende.

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